Suma y sigue. Esta semana se ha conocido la existencia de un nuevo vertedero incontrolado. En esta ocasión, el incivismo ha acampado junto a la carretera de Inca a Alcudia. A la altura del término municipal de Campanet.
A Campanet, le precedió el polígono de Son Fuster, en Palma. Calvà desmanteló, el año pasado, la friolera de 49 vertidos incontrolados. Diez en Santa Ponsa, ocho en Paguera, cuatro en Son Ferrer. No se libró ni la emblemática Cala Falcó. Podríamos seguir. La lista es amplia, Capdellá, Inca, Sant Jordi, Marratxí, … No estamos solo ante un problema de residuos. El problema es mucho más grave. Estamos ante un problema de educación y de compromiso ciudadano. Una verdadera ola de incivismo, de comportamiento inadecuado en los espacios públicos. Lamentable.
El propio consistorio ha informado al Consell del vertido ilegal. Residuos urbanos, electrodomésticos, embalajes, restos de obra y voluminosos campan a sus anchas en un paraje utilizado por los ciudadanos para caminar, de gran valor paisajístico y medioambientalmente sensible. Una amenaza para los acuíferos de la zona y con un considerable impacto visual. Un verdadero insulto al civismo ciudadano.
La política de gestión de residuos, en su vertiente más amplia, ha merecido, durante muchos años, un gran esfuerzo por parte de las autoridades competentes. De hecho, hace tan solo una década, Mallorca era un referente mundial. El espejo en el que se miraban los responsables de muchos países. Con el objetivo del vertido cero, se impulsaron iniciativas diversas e imaginativas, a tono con la riqueza territorial y ambiental de la isla. La reutilización y la producción de energías renovables cerraban el amplio círculo de propuestas sostenibles que abarcaban desde la empresa a la administración, pasando por algunas de gran calado social.
Las políticas medioambientales no se improvisan. Los resultados no son inmediatos. Los beneficios son a medio y largo plazo. El esfuerzo económico, humano y tecnológico es muy importante.